Comentario
Alejados de los centros de la vanguardia, de los centros en los que se plantean las múltiples opciones del Movimiento Moderno, otros centros y arquitectos buscan incorporarse a los nuevos planteamientos arquitectónicos y urbanísticos. La incorporación y difusión de los nuevos problemas a menudo se realizó en términos de estilo, en términos formales. Lo que seducía era el resultado figurativo y formal. Incluso en diferentes países, entre ellos España, se intentó realizar una lectura nacional o vernacular de las nuevas propuestas, sin que ello signifique renunciar a la utopía del racionalismo del Movimiento Moderno. De Teodoro Anasagasti a Torres Balbás, la necesidad de renovar la práctica de la arquitectura comenzó a plantearse como una exigencia.Arquitectos como L. Lacasa, R. Bergamín, F. García Mercadal, S. Zuazo o L. M. Feduchi comienzan a apropiarse de las nuevas temáticas, que tendrán en el GATEPAC y en la revista "AC" (Actividad Contemporánea) el momento más riguroso de un posible racionalismo español, con figuras tan importantes como J. L. Sert, J. M. Aizpurúa o L. Blanco Soler. Debates semejantes se producen en otros países europeos, especialmente en Italia, en la que la figura de G. Terragni alcanzará un papel decisivo, con obras tan herméticas y, a la vez, tan claras, como su Casa del Fascio en Como, de 1934.Un racionalismo ideológicamente disponible, pero cuya capacidad de abstracción puede convertirlo en modelo inalcanzable y silencioso. Todo lo contrario de lo que ocurre con la obra de un Alvar Aalto (1898-1976), en la que racionalismo y tradición vernacular coinciden para lograr una de las lecciones más atractivas de la arquitectura contemporánea. Una arquitectura que, lejos del silencio de la abstracción racionalista, convierte a esta última en una narración de acontecimientos disciplinares, de episodios formales y funcionales, como ocurre en su Biblioteca de Viipuri, de 1927-1935, o en el Sanatorio de Paimio, de 1929.